Entierros con influencia
cultural haitiana y borinqueña
Roberto Valenzuela
No conocí al muerto, me uní a la caravana por
curiosidad. Era sábado al mediodía con un sol picante. Parado debajo del
puente de la avenida 25 de Febrero, en la prolongación San Vicente de
Paul esquina calle Primera de Maquiteria (barrio “caliente”), escuché la música
y bulla de la multitud.
Llegaron unos jóvenes y paralizaron el tránsito para
dar el paso a su caravana. El tapón era largo. Los primeros en pasar fueron
alrededor de 80 ruidosas motocicletas. Se parquearon en la zona a esperar el
cortejo. Después llegaron otros 20 motoristas.
Llevaban mujeres detrás con cervezas, de las que se
conocen como “Jumbo” o aguardiente de diferentes tipos. Unos tenían las
“chaticas” de ron, que al igual que las cervezas, en un espectáculo
impresionante, se la tiraban de un motor a otro.
Pasó una hilera de carros viejos y nuevos. Me pareció
gracioso que las mujeres iban encima de los techos de los vehículos o de los
bonetes. Siempre con sus bebidas entres las piernas o en las manos. Compartían
tragos “a pico de botella” con los que iban dentro de los carros o les
pasaban sin detenerse a los de las motos.
Alcancé a ver un carro fúnebre que venía rápido.
Bueno, es, según el refrán: “lo llevan más rápido que un entierro de pobres”
(para salir de eso…), sin la solemnidad que es costumbre a ricos y clase media.
Detrás iban dos deteriorados autobuses gigantes de los
que dicen: “School Bus”, que desechan en Estados Unidos y vienen a parar
a las naciones pobres. Los que no cabían dentro iban sentados en el
techo, ingiriendo alcohol. Es un espectáculo ver tantas mujeres bailando en los
techos de los vehículos.
Me dijeron que el muerto es un policía del barrio que
mataron en el sector de Herrera para robarle el arma.
Hace tiempo que los entierros en los barrios dominicanos
abandonaron el viejo ceremonial: nada de tristeza ni silencio de familiares y
amigos. Les echan aguardiente por la ventana del ataúd. Al cerrar
la lápida, en vez de lágrimas, la despedida es un grupo de motoristas
acelerando, otros disparan sus armas, con sin igual escándalo.
Esta costumbre es influencia de los haitianos que han
copado los barrios y bateyes; entierran sus muertos con el rito de vudú: baile,
cántico. Celebran la muerte, creen que se adquiere poderes para otra vida.
El narco de RD copió de Puerto Rico lo de sepultar la
gente en rumba interminable: velan los muertos sentados. La idea es sepultar a
las personas como vivió: con las bebidas y música que le gustaba.
Una escena similar observé en la avenida Monumental
con Colombia, vía que lleva al Cementerio Cristo Redentor. En el colmadón “El Garabato”, donde un grupo de personas,
principalmente jóvenes, desmontó del carro fúnebre un cadáver, lo sentaron al
lado de una mesa y compartieron varias cervezas. El difunto había expresado su
deseo de ir a ese lugar a tomarse unos tragos.
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