miércoles, 1 de junio de 2016


El último día de Trujillo, según su chofer.

Zacarías de la Cruz, el chófer militar de mayor confianza del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina, fue el que lo conducía hacia una cita amorosa en la Casa de Caoba de San Cristóbal, la noche del 30 de mayo en que fue finalmente ajusticiado.

 De la Cruz narró lo acontecido ese día al Procurador Fiscal y a un Juez de Instrucción. Su declaración fue ofrecida el 21 de julio de 1961, cuando todavía su hijo Ramfis controlaba el país y gran parte de los remanentes del implacable régimen aún conservaban intacto su poderío.

Esta realidad podría explicar el por qué en su versión de los hechos, insiste en darnos una versión valiente de la reacción del tirano ante la embestida temeraria de los conjurados, a pesar de éste estar herido de muerte.

Aunque, en muchos aspectos, según los historiadores, su versión coincide con algunas ofrecidas por los héroes de mayo.

Del 30 de mayo al 18 de noviembre de ese año inolvidable (1961), más de 19 personas vinculadas al tiranicidio perdieron la vida.

He aquí el interrogatorio completo practicado a De la Cruz por el doctor Wilfredo Mejía Alvarado, Juez de Instrucción, el doctor Teodoro Tejada Díaz, Procurador Fiscal, ante la presencia del licenciado Ricardo Francisco Gaspar Thevenin, entonces, Secretario del Juzgado de Instrucción de la Primera Circunscripción del Distrito Nacional.

P. ¿Qué podría usted informarnos en relación al atentado criminal perpetrado la noche del 30 de mayo del año en curso, contra la ilustre persona del Generalísimo doctor Rafael L. Trujillo Molina, y con el cual usted fue herido?

 R. Yo era encargado de los vehículos privados del Jefe y era la persona que el Jefe utilizaba como chofer para sus viajes personales tanto en la ciudad como en el interior. Alrededor de las 8 p.m., del día 30 de mayo del año en curso, cuando él se preparaba a dar su acostumbrado paseo por la avenida George Washington, me dijo que me preparara para ir a la Hacienda Fundación.

Yo le pregunté entonces: “Jefe, ¿sigo detrás o lo espero aquí?”. Él me contestó entonces: “Espere aquí”. Luego, como a eso de la 9:40 p.m., el Jefe regresó del paseo, subió a su casa de la Estancia Radhamés, donde yo lo es por lo pesado que estaba. Partimos de la Estancia Radhamés a la residencia de doña Angelita Trujillo, ubicada en la avenida Máximo Gómez, donde el Jefe permaneció como diez minutos. El Jefe salió de la casa y se montó en la parte trasera del carro marca Chevrolet, modelo 1957, color azul, BelAir. De ahí, conduje el carro por la derecha en la George Washington, avanzando hacia la autopista, marchando a una velocidad estable de 90 kilómetros por hora.

Momentos antes de llegar al Bar Restaurante El Pony, rebasamos un automóvil Mercedes Benz. Proseguimos marcha por la autopista en dirección a San Cristóbal, y aproximadamente después de haber avanzado un kilómetro después del último poste del alumbrado eléctrico, repentinamente sentí un disparo desde un carro que iba detrás con las luces apagadas. Al mismo tiempo que sentí el disparo, que supongo fue de escopeta por la enorme detonación, pude darme cuenta de que el mismo vehículo que creo que nos perseguía, encendió las luces y volvió y las encendió. Segundos después, el Jefe me expresó: “Estoy herido, coge la ametralladora y párate a pelear”. Entonces, yo le contesté: “Jefe, son muchos, vamos a ver si nos vamos, quiero salvarlo”. Él volvió a repetirme: “Coge la ametralladora y vamos a pelear, que estoy herido”. Mientras tanto, el carro que nos perseguía nos había rebasado por la derecha, tirándose un poco al paseo y desde el carro que lo rebasaba se hicieron disparos, que por su rapidez, presumo eran de fusiles ametralladoras; todas esas balas se pegaron en el carro y entiendo que algunas de ellas le dieron al Jefe. El carro que nos rebasó se tiró aun más a la derecha en el paseo, a consecuencia de yo haberle tirado encima el carro que conducía con el propósito de hacerlo salirse de la autopista. Pero al ser un carro tan veloz, de más potencia que el mío, pudo rebasarme y se cruzó hacia la izquierda, atravesándonos y debiendo yo frenar para no chocar con el carro que se me cruzó.

En esos momentos en que frenaba, traté de virar el carro nuestro hacia Ciudad Trujillo, desviándome hacia la izquierda y quedando nuestro vehículo ubicado con el frente izquierdo ligeramente introducido en la grama central de la autopista. Al detenerme y volver la cara hacia detrás para mirar al Jefe, había abierto la puerta y se apresuraba a desmontarse, teniendo ya un pie en tierra. Lo vi bajar deslizando su cuerpo hacia el estribo, dándome la impresión de que estaba mal herido. Mientras bajaba hacia el estribo, pude ver que con sus manos buscaba en los bolsillos traseros un revólver pequeño calibre 38 corto, que acostumbraba portar y que fue la única arma que utilizó. Mientras tanto, desde el automóvil enemigo que nos había rebasado y el cual se había ubicado en la pista contraria a la nuestra, es decir, dirección oeste-este, se había detenido a unos 13 metros de distancia del nuestro, con el frente delantero derecho saliendo de la autopista y penetrando en el paseo derecho de ellos. Los ocupantes de este automóvil ya se habían desmontado y nos disparaban con nutrido fuego hacia nosotros.

En esos momentos, le dije al Jefe: “A mí me hirieron también”. El fuego que se nos hacían era cada vez más intenso. El Jefe se desmontó del vehículo y avanzó hacia la parte delantera derecha, y pude ver que disparaba con su revólver hacia los enemigos, con su pequeño revólver. Mientras tanto, yo tomé un fusil automático M1 (semi) y comencé a disparar sobre ellos. Cuando yo comencé a disparar, fue cuando vi al Jefe que avanzaba tres o cuatro metros delante del bómper del carro y cayó de bruces con el frente hacia el pavimento, dando media vuelta al caer, cayendo inerte. Presumo que el Jefe cayó muerto ya que no lo vi moverse más durante el tiempo que duró el combate que yo sostuve con los asaltantes. Descargué el fusil M-1 semi-automático con el cual disparaba y tomé una ametralladora Luger corta, disparando hacia el enemigo de manera intermitente, ya que debía racionar mis cásulas para el combate que yo entendí se prolongaría. Vi cuando uno de los asaltantes avanzó hacia el cuerpo inerte del Jefe y al llegarle cerca le disparé algunas cápsulas que lo hirieron, dejando caer el asaltante su pistola o dando gritos de que se sentía herido.

Luego, después me salió otro asaltante delante del carro disparando hacia mí; yo entonces le contesté con disparos, habiéndome dado cuenta que había caído y su pistola había caído en el pavimento, pero prontamente se levantó y volvió hacia su carro. Luego, cuando se acabaron los tiros de la ametralladora que yo portaba adelante, abrí la puerta del lado derecho del carro y me desmonté para coger la ametralladora del Jefe que estaba detrás del carro. Logré alcanzarla, y cuando me disponía a sobarla para disparar, fui alcanzado una vez más en la cabeza, por un disparo que me derribó, dejándome sin sentido. Es lo último que recuerdo en relación al asalto y al combate, en el cual recibí heridas en las dos piernas, en el muslo izquierdo y dos heridas en el vientre, dos heridas en el hombro derecho, una herida en el tobillo derecho y una herida en la cabeza que me fracturó o astilló la parte superior del frontal. Cuando recobré el conocimiento, un tiempo después que no puedo precisar, encontré la ametralladora Thompson a unos pasos de mí, así como algunas distancias de la ametralladora, en el lugar donde vi caer al Jefe, el kepis que éste usaba esa noche.

Recogí ambas cosas y me senté en una verja situada a la derecha de donde me encontraba y esperé unos cinco minutos para ver si me traían a Ciudad Trujillo, ya que el vehículo en que nosotros andábamos no estaba en el lugar del hecho y los asaltantes tampoco se encontraban ya en ese lugar, suponiendo yo que se habían llevado el cuerpo del Jefe. Momentos después, aparecieron algunos campesinos, quienes fueron los que me condujeron hacia la antigua carretera Sánchez, donde fui trasladado al Hospital Marión donde quedé internado, habiendo sido dado de alta el día 17 de junio de este año.

P. ¿Tiene usted algo más que declarar?

R. No señor.

Con lo cual dimos por terminado el presente interrogatorio que después de leído al declarante y expresar su conformidad, lo firma junto con nosotros y el secretario que certifica.

Prolegómenos

Cuando John F. Kennedy tomó posesión como Presidente de los Estados Unidos el viernes 20 de enero de 1961, los planes de la CIA para derrocar a Trujillo ya estaban en marcha. A pesar de eso, el Presidente Kennedy envió al diplomático Robert D. Murphy para que se entrevistara con Trujillo y lo persuadiera a que se retirase pacíficamente del poder. Murphy llegó a Santo Domingo el sábado 15 de abril de 1961: sería el cuarto y último emisario del gobierno estadounidense que trataba de convencer al dictador para que se retirara por las buenas, pero el benemérito seguía firme en su posición: ¡A mí sólo me sacan en camilla!-dijo resuelto.

 El gobierno de los Estados Unidos había ofrecido apoyo a los conjurados, pero luego retiró la oferta, dejándolo solos en su arriesgada aventura.

Texto: Adrian Javier para El Nacional

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