martes, 5 de enero de 2016
20:11
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CURIOSIDADES
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La importancia de los signos ortográficos:
Tres jóvenes casaderas, Soledad, Julia e Irene, conocieron a un joven y apuesto caballero. Pero él no se atrevía a decir de quién estaba enamorado. Las chicas le exigieron que se decidiera y dijera claramente a cuál de ellas amaba el caballero.
El joven escribió en un papel, aunque «olvidó» colocar los signos ortográficos y pidió a cada una de ellas que descifraran la incógnita. Su escrito decía así:
«Tres bellas que bellas son me han exigido que diga a cuál de ellas amo si obedecer es razón digo que amo a Soledad no a Julia cuya bondad persona humana no tiene no aspira mi amor a Irene que no es poca su beldad».
Soledad leyó el escrito de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son! Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, digo que amo a Soledad. No a Julia, cuya bondad persona humana no tiene. No aspira mi amor a Irene, que no es poca su beldad».
Julia lo interpretó de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. A Julia, cuya bondad persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene, que no es poca su beldad».
Irene, en cambio, lo leyó de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. ¿A Julia, cuya bondad persona humana no tiene? No.
Aspira mi amor a Irene, que no es poca su beldad».
El caballero ante tanta duda, optó por esto ante la sorpresa de las tres:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. ¿A Julia, cuya bondad persona humana no tiene? No. ¿Aspira mi amor a Irene? ¡Qué no!, es poca su beldad».
Y al final el caballero siguió soltero.
Un señor con malicia, dejó un testamento. Se «olvidó» de poner los signos ortográficos. El notario ante la confusión del mismo, les entregó una copia a los «afectados» para ver si ellos eran capaces de comprender el testamento.
Decía así:
«Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará al sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo lo dicho es mi deseo».
Juan remitió el escrito al abogado de la siguiente manera:
«¡Dejo mis bienes a mi sobrino Juan! No a mi hermano Luis. Tampoco, jamás, se pagará al sastre. Nunca, de ningún modo, para los Jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo».
Luís hizo lo mismo escribiendo:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¡A mi hermano Luis! Tampoco, jamás, se pagará al sastre. Nunca, de ningún modo, para los Jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo».
El sastre, sintiéndose aludido, remitió su forma de clarificar el testamento de esta manera:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás.
¡Se pagará al sastre!
Nunca, de ningún modo, para los Jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo».
Los Jesuitas interpretaron el testamento de la siguiente forma:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco.
¡Jamás se pagará al sastre, nunca, de ningún modo!
¡Para los Jesuitas todo!
Lo dicho es mi deseo».
El abogado, que no sabía por dónde coger todo esto, lo interpretó de esta manera:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No.
¿A mi hermano Luis? Tampoco.
¡Jamás se pagará al sastre!
¡Nunca, de ningún modo, para los Jesuitas!
Todo lo dicho es mi deseo».
Y al final, la herencia se la quedó el estado por no dejar un testamento claro.
Un soldado, antes de ir a la guerra, le escribe a una adivina y le pregunta cómo le va a ir, a lo que esta le responde: «irás y volverás, nunca en la guerra perecerás». El soldado fue feliz a la guerra, pero murió en ella, y quienes sabían lo que la adivina le dijo, le fueron a preguntar qué pasó; a lo que ella respondió: «yo le dije “irás y volverás nunca, en la guerra perecerás”». Se dieron cuenta de que en la carta puso la coma donde no correspondía…
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