Por:Yordanka Pérez Giraldo
Familia. com
Los hijos son la
semilla que somos, y el amor y la educación que les demos son el abono para que
esa semilla germine como el mejor de los frutos.
Algo está
ocurriendo en la actualidad que a los hijos ya no les preocupa que sus padres
se sientan orgullosos de ellos; y no es cosa de un caso, si así fuera lo lógico
sería pensar que es culpa de esos padres en específico. Pero, ante tantos casos
entonces la lógica invita a pensar que es un tema social y no de una familia.
Algo hemos
perdido a nivel global que afecta la educación que les estamos dando a nuestros
hijos. La delincuencia juvenil no es cosa de un país. En los cinco continentes
los jóvenes actúan de la misma manera, no respetan a sus mayores, no ayudan en
sus hogares, no estudian o apenas lo hacen para pasar las materias, son
violentos, rehúyen a las responsabilidades, y los modales brillan por su
ausencia.
No soy mucho de
usar frases que hagan alusión a temas religiosos, pero recuerdo una frase que
decía mucho mi bisabuela y que creo sirve para lo que quiero hacer notar, ella
decía que "el diablo no nació diablo, así como el ladrón no nació
ladrón". No creo que las actuales generaciones traigan el ADN dañado y que
por eso actúan diferente, lo que sí creo es que somos los padres los que
estamos dando una educación deficiente que provoca jóvenes mal educados.
He aquí lo que a
mi entender estamos haciendo mal:
1. Demasiada
libertad
Si no ponemos
límites a los comportamientos, entonces nuestros hijos crecerán sin límites y
sin ninguna idea de dónde terminan sus derechos y comienzan los derechos de los
demás, parafraseando a Benito Juárez.
2. Reforzamos
roles dañinos
Por ejemplo a los
varones les tenemos prohibido que muestren sus emociones, mientras que educamos
a las niñas en la idea de que por ser mujeres son débiles. Hombres y mujeres
somos perfectos y podemos ser mujeres y capaces, lo mismo que hombres y sensibles.
La idea es que sean seres humanos respetuosos consigo mismos, con sus
semejantes, y con su entorno.
3. Evitamos que
se sientan cómodos con ellos mismos
A lo que voy es
que la mayor parte del tiempo desaprobamos a nuestros hijos, en vez de hacer
que se sientan felices y a gusto en su propia piel.
4. Confundimos y
los confundimos con las demostraciones de amor
Creemos que dar
amor es dar regalos, cuando dar amor es dar tiempo, ser empáticos, es estar
para ellos, ser leales, valorarlos, aceptarlos, orientarlos, hacerlos
responsables, comprometidos, educarlos con los valores.
5. No escuchamos
a nuestros hijos
Como padres
sentimos que es nuestra obligación no equivocarnos; por consiguiente, somos
incapaces de dar espacio a otras opiniones o perspectivas, en especial si
vienen de nuestros hijos, lo cual crea un abismo entre ellos y nosotros.
6. Les hacemos
creer que lo merecen todo
En realidad
debemos enseñarles que las cosas se ganan; que si quieren nuestra confianza,
ganársela dependerá de qué tan capaces son de cumplir con lo que prometen, de
respetar la palabra empeñada y de cumplir con los compromisos. Tu respeto irá
en correspondencia a qué tanto te respetan a ti y así sucesivamente.
7. No nos
involucramos en sus vidas
Esto es de lo más
común: hoy por hoy no sabemos el nombre de nuestros vecinos, mucho menos el de
los amigos de nuestros hijos: a dónde van, qué hacen en su tiempo libre, etc. Y
con ello les demostramos que no nos importan y que eso está bien.
8. Reprendemos
con crueldad o por el contrario no reprendemos en absoluto
Ambas cosas
provocan que perdamos el objetivo de educar a nuestros hijos. El castigo
excesivo quebrantará su voluntad y su carácter; mientras que la falta de
castigo los educará en la idea de que las consecuencias no aplican para ellos.
9. Tiempo libre
sin supervisión ni propósito
No es lo mismo el
niño que en su tiempo libre lee, aprende a nadar, a dibujar, a ayudar, que el
niño que en su tiempo libre está a solas sin que su mente sea estimulada.
10. Usar el
chantaje o soborno para hacer que haga las cosas
Si acostumbras a
tus hijos a darles algo a cambio de cumplir con sus deberes, el resultado es
que no querrán hacer nada si no reciben un beneficio a cambio.
Todos los niños
del mundo nacen con la capacidad de amar, de convertirse en la mejor versión
posible de sí mismos. Son sus circunstancias de vida, la forma en que los
educamos, los alentamos, los inspiramos lo que en la mayoría de los casos hace
la diferencia. Y tú, ¿qué clase de diferencia estás haciendo en la vida de tus
hijos?
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