Leonel fernandez, Listin Diario
Las tramas,
intrigas y maquinaciones urdidas con el aborrecible propósito de difamar y
desacreditar, son tan viejas como la propia historia de la humanidad. Así se
comprueba en el caso de Sidarta Gautama,
aquel sabio antiguo cuyas enseñanzas constituirían la base del budismo.
Aunque las
menciones biográficas son escasas, por lo menos se sabe que Sidarta nació unos
500 años antes de Jesucristo, en las estribaciones de las montañas del
Himalaya, donde hoy se encuentra Nepal. Su familia formaba parte de una casta
poderosa. Su padre era el Rey de un clan religioso, y su madre también provenía
de la realeza.
Por consiguiente,
desde el momento mismo de su nacimiento, Sidarta fue Príncipe Heredero; y así
fue educado por su padre, para que un día llegara a sucederle y convertirse en
el nuevo monarca. Para eso, inclusive, llevándose de los consejos de un
profeta, lo mantuvo recluido desde su infancia en el palacio real, a fin de
protegerle de los sufrimientos y amarguras de los demás mortales.
Sin embargo, a
los 29 años, curioso por conocer lo que ocurría más allá de las columnas
palaciegas y hastiado de su estilo de vida, abandonó el hogar paterno para
encontrarse con tres experiencias que habrían de cambiar el resto de su vida.
En primer lugar,
se encontró con un anciano, con lo cual descubrió el horror de la vejez. Luego,
con un enfermo, lo que le permitió comprender el dolor de los achaques de
salud; y finalmente, con un cadáver, lo
que le suscitó el pánico por la muerte.
Después de esas
experiencias, Sidarta decidió renunciar a las riquezas materiales de su familia
para buscar el objetivo final de la vida, y convertirse en asceta, esto es, en
alguien dedicado a la vida espiritual.
Llegó a vivir de
manera tan frugal que casi le ocasiona la muerte por inanición, de donde arribó
a la conclusión de que para encontrar el despertar, el método más adecuado es
el camino medio entre la opulencia exuberante y la miseria extrema, o entre la
complacencia sensual y el ascetismo riguroso.
((Nacimiento del
budismo
De esa manera,
Sidarta se sometió a un proceso de meditación durante 49 días bajo un árbol
sagrado de higuera, de donde recibió la Iluminación para convertirse en Buda,
que en sánscrito significa, precisamente, el Iluminado.
Según el budismo,
en el momento de su despertar, Sidarta Gautama, el último de los budas, logró
comprender plenamente las causas de su sufrimiento, y los pasos necesarios para
eliminarlo. Esos descubrimientos se conocen como las Cuatro Verdades, que
conforman el centro de la enseñanza budista.
A través de la
conquista de esas cuatro verdades, se alcanza un estado de suprema liberación,
que fue descrita por el mismo Sidarta Gautama Buda como la paz mental perfecta,
libre de ignorancia, codicia, odio y otros estados aflictivos.
Apertrechado de
esos conceptos, se embarcó con un grupo de monjes en una aventura misionera
para enseñar a los hombres la vida de paz, de hermandad y solidaridad. Predicó
durante cuarenta y cinco años. Cada día recorría entre veinticinco y treinta
kilómetros por diversos pueblos y comunidades llevando su voz de aliento.
Como consecuencia
de eso, se ganó el respeto de las multitudes. Era venerado, honrado y
reverenciado. Por dondequiera que iba, era recibido con gran distinción, y se
cuenta que grandes multitudes se agolpaban a su paso y sembraban su camino de
flores.
Sin embargo, un
grupo opuesto a sus valores, ideas y principios, identificado como los
heréticos, no se encontraba muy conforme
con ese apoyo recibido por Sidarta Gautama Buda. Albergaban celos, resentimientos y envidia,
con el aumento constante del número de sus seguidores.
Ante eso,
decidieron asesinarlo. Planificaron que un grupo de cuatro iría hasta donde se
encontrara, y una vez allí lo eliminarían físicamente. Otro grupo de cuatro a
matar al primero, para no dejar testigos de lo acontecido, un tercero ejecutaría al segundo, y así
sucesivamente, hasta que se perdiera el rastro de lo acaecido.
Pero ocurrió que
al llegar el primer grupo ante la presencia de Buda, no pudo ejecutar la acción. Sus miembros
quedaron petrificados. No se atrevieron a alzar sus brazos, ni a utilizar sus
armas. Por consiguiente, el plan homicida fracasó.
No obstante, hubo
un segundo intento. Esta vez era con un elefante salvaje, el cual sería soltado
para que derribase a Buda y lo destrozase, convirtiéndole en añicos. Pero el
elefante, al acercarse a Buda no hizo más que inhibirse, desarmado por la
bondad, la tranquilidad y el sosiego del Iluminado.
Hubo un tercer
intento. Se trataría de arrojar una
inmensa piedra desde lo alto de una colina, aprovechando el paso de Buda por la
falda de la montaña. Pero en su descenso la piedra fue chocando con otras
piedras hasta reducirse a la nada y convertirse en polvo.
Una vez más, Buda
salía ileso. Pero la ira de sus adversarios no hacía más que crecer. La furia
se tornaba incontenible, sobre todo por el hecho de que mientras más daño
intentaban hacerle, más crecían las fuerzas de Buda, mientras
ellos disminuían el número de sus seguidores.
Fue entonces que decidieron cambiar de táctica.
En lugar de intentar eliminar físicamente a Buda, tratarían de desacreditarlo,
para de esa manera liquidarlo moralmente.
((Desacreditar a
Buda
Para lograr ese
objetivo, contrataron a una prostituta de nombre Sundari, a la que le dijeron:
“Eres una mujer muy bella y astuta. Queremos que avergüences a Buda, haciendo
parecer que está involucrado carnalmente contigo. Así, su imagen se manchará,
sus seguidores se irán y vendrán hacia nosotros. Haz un buen uso de tu físico.”
Sundari entendió
lo que se le estaba pidiendo. Esa noche salió en dirección del monasterio.
Cuando le preguntaron hacia dónde se dirigía, contestó: “Voy hacia donde Buda.
Vivo con él en la cámara perfumada del monasterio.”
Luego de decir
esto, se quedó en la casa vecina. A la mañana siguiente regresó a la suya, y a todo aquel que le preguntaba, ella le
decía: “Vengo de la cámara perfumada del monasterio, donde pasé la noche con
Buda.
Así continuó
durante dos días. Al final del tercero, contrataron a unos criminales para que
la mataran y escondieran su cuerpo en un vertedero cercano al monasterio.
Los heréticos
fueron donde el rey mostrando preocupación por la desaparición de la mujer.
Este les autorizó a que la buscaran por todo el pueblo. Sabiendo donde el
cuerpo se hallaba escondido, lo llevaron ante el monarca y le dijeron: “Su majestad,
esta mujer fue vista frecuentando al Buda, Sidarta Gautama, y sus seguidores le
han dado muerte para esconder la desgracia de su líder.”
El rey autorizó
entonces que el crimen y sus ejecutores
fueran denunciados por todo el pueblo. Los heréticos se pasearon por la
comunidad con el cuerpo expuesto en una camilla, mientras anunciaban que
era Buda el culpable de la muerte de la
mujer. Como resultado, los monjes fueron maltratados, insultados e ignorados
por la gente.
Uno de los monjes
incluso sugirió a Buda que se fueran a otro pueblo, a lo que Buda le contestó:
“¿Y si en el otro pueblo nos tratan igual?”. El monje dijo: “Pues iremos a otro
pueblo más lejano.”
Respondiéndole de
forma negativa, Buda le manifestó: “Nunca debemos huir de los problemas.
Debemos enfrentarlos cual un elefante que es entrenado para enfrentar flechas
disparadas contra él de distintas direcciones. La verdad siempre saldrá a
relucir sin importar el tiempo que pase. No te preocupes, nadie puede hacer
daño a la reputación por más de siete días.”
Al séptimo día,
los rufianes, que se encontraban ebrios con el licor comprado con el dinero que
le habían dado, confesaron el mal que habían perpetrado, junto con la identidad
de los autores intelectuales.
El rey envió a
buscar a los heréticos y les ordenó buscar el cuerpo de Sundari y llevarlo por
el pueblo, anunciando que eran ellos los culpables de su muerte y de tratar de
llevar desgracia a la honra de Buda y sus seguidores.
A partir de ese
momento, la reputación de Buda creció, al igual que el número de sus seguidores.
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